Nueva York esconde tantas caras como ventanas exhibe: las de los decorados de los musicales de Broadway, las de los edificios iluminados del otro lado de Central Park, las que cayeron con las Torres Gemelas aquel 11 de septiembre, las tachadas con tablones en el reverso sombrio del Bronx o de Harlem. La ventana es el marco de una pintura de Hopper, una acuarela de Katz, la presencia ausente en una pelicula de Hitchcock o la literatura de Cheever, el eco del jazz de Duke Ellington o John Coltrane. Como Ardor guerrero y Sefarad, este libro participa a la vez de la novela y del relato de hechos reales: lo que predomina en el es, por una parte, la naturaleza envolvente de un estilo tan sugerente y un timbre de voz tan personal como los que han venido caracterizando al autor desde sus inicios, llevados aqui a una desplegada y soberana madurez, y, por otra parte, una actitud etica y estetica ante la pesadilla y maravilla de la gran ciudad que, en la linea del Lorca de Poeta en Nueva York, construye con material veridico una alucinacion y una compleja fabula moral
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