Desterrado y virtualmente prisionero en la isla de Santa Helena, Napoleón Bonaparte dicta todas las mañanas sus memorias, consciente de que las manipula de acuerdo con la imagen de gloria que desea legar a la posteridad. El viejo guerrero no tiene otra ocupación valiosa hasta que miss Betsy Balcombe toca a su puerta; a partir de entonces no le importa que su memoria sangre semana a semana, lo esencial es estar con esa chiquilla, recrearse en su figura, perderse en su aroma y en la seriedad juguetona de su mirada mientras hablan de todo: nostalgia, deseo, religión, deber, amor, muerte, vacío. Un día el ex emperador le dice: "Pequeña Betsy, has sido para mí como un borbotón de agua en el desierto. De agua fresca, espontánea, encantadoramente irrespetuosa, transparente, atolondrada, que me ha hecho feliz, me ha divertido y emocionado. Me ha dado vida." Extrañas palabras para un hombre que antes expresó esta convicción: "Mi única amante fue el poder. Si quieres llegar lejos, apréndete esto: el amor estorba."
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